miércoles, 4 de mayo de 2011

Taller “Bineami” [el que aprende en rarámuri] para formación de terapeutas o ayudadores

Para explicar el uso de conceptos indígenas de los Rarámuris, los hombres de los pies alados; hemos de conocer un poco más de su riqueza de lenguaje, de costumbres, de su forma de ser de este gran pueblo.

En la sierra que lleva su nombre habitan los tarahumaras, o rarámuris “los hombres de los pies alados”, como ellos se llaman a sí mismos. Esta prodigiosa sierra produce en el visitante una impresión que difícilmente puede olvidar: enormes montañas, riscos escarpados, desfiladeros o cañadas profundas que se extienden hasta el infinito. Lo más asombroso, sin embargo, es que desde épocas milenarias sus antiguos moradores son y viven como antes, como siempre. Forman los tarahumaras un grupo humano insólito, desde el siglo XVI los occidentales que por ahí aparecieron y los que ahora los conocen saben que son algo extraordinario.
De estatura mediana, muy fuertes, son pura musculatura, oscuros de piel, con el cabello negro, brillante y lacio, parecen forjados en hierro. Su porte es de dignidad y misterio, sus rostros, sobre todo los de las mujeres, son perfectamente ovalados, armónicos y parecen esculpidos en una avellana. 
Los tarahumaras siembran maíz o frijol en las tierras que los circundan. Todo es de todos, su organización social es totalmente armónica. Nadie tiene más que los otros. Cada quién desempeña un trabajo y una responsabilidad.
A pesar de ser tan grandes las distancias, los grupos están comunicados e integrados, recorren miles de kilómetros por caminos que sólo ellos conocen.
Su lengua es dulce, pues ellos son gentiles. No tienen palabras ni actos agresivos. Todo lo hacen con poesía: "te saludo con la paloma que gorjea, te deseo salud y felicidad con los tuyos". Conocen desde niños la ecología de su entorno, se hablan de tú con la naturaleza.
En sus celebraciones los tambores no dejan de sonar. Se escuchan desde los cuatro puntos cardinales. “Son nuestros guías por el camino de la sabiduría; imitan los latidos del corazón, de la Madre Tierra.
El sonido no para desde que inicia febrero y hasta el Domingo de Resurrección, el último día de la celebración de Semana Santa de los cristianos.
Quienes tocan los tambores son los abuelos, los sabios que por años han inculcado a los demás lo que significa la vida y el amor a la naturaleza.

La Conformación de la Persona

Los componentes primigenios de la persona rarámuri  son el cuerpo, repokára, y el alma, alewá. La unión de ambos origina la vida humana, misma que se gesta en el vientre materno. María Luisa Bustillos en 2004 narró este suceso de la siguiente manera:
Cuando una mujer tiene relaciones con un hombre, el hombre penetra su pene en la parte íntima de la mujer, y lo más importante, le regala la mitad de la vida humana, como un esperma, que será el que llegue a unirse con la otra mitad que va buscando el óvulo. Estos dos al encontrase juntos adentro de la mujer, baja el Dios de la vida, Onorúame, para juntarlos aun más y soplarle el alma adentro, para que pueda formarse un ser humano. Una vez que Onorúame baja a juntar un esperma y un óvulo de la mujer, envuelto en una cobija que será la placenta. 
En esta breve descripción pueden identificarse algunos términos de la medicina alópata que sirven para personificar “la mitad de la vida” -el espermatozoide y el óvulo-. No es necesario hablar de un conocimiento tradicional y uno moderno porque distintas lógicas han conformado un pensamiento actual sobre la conformación de la vida. El conocimiento que los rarámuri manifiestan es uno y sigue una lógica cultural propia. Es por ello que el esperma y el óvulo unidos recibirán de Dios primero el alma en forma de soplo y luego una cobija o placenta que lo cubrirá.  


El Cuerpo


El cuerpo es llamado repokára. La palabra “repokára” designa la parte central de la espalda, incluye el pecho y en ocasiones se extiende a todo el tronco. La relación metonímica por la cual esta palabra designa todo el cuerpo deriva de la importancia de dicha zona. Este segmento corporal contiene el corazón, surára, y los pulmones, sonorá. Dentro de la clasificación rarámuri, el corazón, los pulmones y la tráquea, iwiára; conforman una unidad semántica que explica el desarrollo y el mantenimiento de la vida. La importancia de estos tres elementos radica en las relaciones que mantienen con el alma.
El alma habita en el corazón desde el momento de la fecundación, este será su centro anímico por excelencia. Por medio de la sangre que corre por las venas, lawála, la fuerza vital se transmite a todo el cuerpo. La sangre, compuesta del agua y los caldos comestibles consumidos cotidianamente, se forma en el corazón y se filtra en los pulmones. Por ello una expresión de la fuerza vital será el aliento y la respiración.

El profundo vínculo entre el alma y la respiración  se expresa en la forma en la que Dios dota de alma a los nuevos seres con su aliento divino. Algunas técnicas de curación también se basan en este principio: soplar en la boca de un enfermo es transmitir la fuerza del alma. Otra manifestación de la noción rarámuri de la vida donde podemos identificar la importancia de estos órganos son los rituales en los que se efectúan sacrificios animales.
No todos los órganos del cuerpo tienen la misma importancia. Ya hemos indicado que el corazón, los pulmones y la tráquea -junto con el alma- son parte de una unidad semántica manifestada en la respiración y el aliento.

Otro órgano importante para la conformación de la persona es la placenta. Esta es un componente fundamental para la vida futura de un recién nacido, ya que el destino de su primera envoltura determinará su sino. El cuidado inicial de la placenta definirá si el recién nacido logra integrarse a las normas sociales o convertirse en un lowíame, que los rarámuri traducen como “loco”, pero que hace referencia más que a una enfermedad física a un tipo de desadaptación social.
Actualmente, algunas mujeres rarámuri utilizan los servicios de salud de gobierno o servicios privados durante el parto. Esto puede tener cierta repercusión en el carácter de sus hijos porque en las clínicas la placenta puede no ser regresada al paciente, en tanto que se concibe como un probable foco de infección. Esto explica, ante los ojos de los mayores, por qué algunos de los jóvenes rarámuri tienen comportamientos negativos frente a las normas sociales. 

El Alma

El alma es etérea, como un aire que viaja y dota de fuerza vital al ser. Después de la muerte, las cualidades benéficas de esta entidad se invierten, no así el resto de sus características. Los muertos son como el viento, por ello pueden volar y viajar con más facilidad por los lugares que conoció en vida. El alma -de los vivos y de los muertos- es idéntica a la persona, pero es, como dicen los rarámuri, más ligera. Sin embargo posee la capacidad de sentir, percibir y sufrir daños “físicos” como el cuerpo, compartiendo de esta manera caracteres. 
El alma humana tiene la capacidad de entrar y salir del cuerpo. Entre ésta y el cuerpo encontramos una relación de dependencia, la unión de ambas es condición necesaria para la vida. Las salidas del alma pueden ser temporales y parciales -en tanto que solo sale una parte de ella o una de estas entidades por un tiempo limitado- o total y permanente -al salir la totalidad de la entidad para siempre- y se explicarán de acuerdo con la noción que se tenga de esta entidad. 
Las salidas del alma La permanencia del alma o su salida explica la vida, la salud, la enfermedad y la muerte. De esta manera, la unión equilibrada del cuerpo y de las entidades que lo animan será una condición para mantener la vida. Por el contrario, su separación prolongada conducirá a la enfermedad y de ahí a la muerte. Las salidas del alma pueden efectuarse durante la vigilia y el sueño. 

El sueño, rimúma, puede ser definido como el estado en el que el alma sale del cuerpo mientras la persona duerme, o como las actividades del alma durante este estado. Merrill habla del sueño como “las actividades de una o más de las almas de una persona mientras la persona está dormida, los rarámuri dependen de los sueños para proporcionarles acceso a información y a seres como Dios, están comprometidos con la realidad de los sueños” (1992: 164). Para los rarámuri de Norogachi el sueño o rimúma corresponde a esta descripción. Los sueños, según Merrill, son fundamentales para la vida de los rarámuri. A través de ellos explican gran parte de los sucesos  de su vida cotidiana y ritual, estos permiten el contacto entre el mundo sagrado y el mundo profano, además de funcionar como el espacio de potencial peligro y curación. 

Emociones y Pensamiento

Las emociones conforman la persona rarámuri. Son producto de las relaciones establecidas entre el cuerpo y el alma. En la lengua rarámuri no existe una palabra que resuma conceptualmente las emociones como una totalidad, por el contrario encontramos términos que remiten a diversos sentimientos. Durante el trabajo de campo se han identificado dos emociones que articulan la vida social y emocional  de las personas y que conforman un binomio: Omona y raisa; palabras traducidas al español por los rarámuri entrevistados como “tristeza y alegría” remiten a campos semánticos más amplios.
Ambas emociones son producto y consecuencia de la relación entre cuerpo y alma. Si estas entidades mantienen un equilibrio las personas estarán raisa o alegres, en caso contrario, el desequilibrio llevará a omona o a la tristeza. Por lo tanto, la salud y la enfermedad, así como la vida y la muerte, también estarán resumidas en estas emociones. Este vínculo es explicado a partir del corazón, órgano donde reside el alma y origen de los estados anímicos. 
Si una persona está alegre entonces tendrá salud y  por tanto vida, tendrá fuerza en el corazón y aliento para seguir caminando. Como vimos a través de la alquimia corporal, corazón-aliento-fuerza corresponden a un mismo campo semántico que remite a la vida. En caso opuesto, si una persona está triste, entonces estará enferma y probablemente morirá, estará descorazonada y no tendrá fuerza para seguir caminando. Desde la perspectiva rarámuri, caminar en un contínuum de la vida sobre la tierra y del devenir del cosmos en general (Guillén y Martínez).
En los sermones se expresa públicamente un discurso sobre las emociones, el cual refleja y perpetúa un estatus quo del universo. Merrill registró el siguiente sermón en Rejogochi el 11 de febrero de 1979: “Regresen contentos a sus casas a lo largo de los caminos de Nuestro Padre y Nuestra Madre. ¿Acaso Los Que Caminan Arriba cuidándonos vacilan en su viaje? Por eso, ustedes deben ser fuertes y estar contentos” (1992: 111). Dicho discurso exhorta a los rarámuri a mantener un estado equilibrado de sus emociones y por tanto de la relación entre el cuerpo y el alma para continuar caminando, esto es, viviendo. 
Detenerse implica morir, estar triste conduce a la muerte que más allá de una muerte individual podría llevar a una muerte social e incluso cósmica. El significado de la palabra siwéma puede ilustrarnos en este sentido: “Significa ‘¡no te rajes!’. ‘¡No te vuelvas atrás!’. ‘¡No pierdas tu entusiasmo!’. ‘¡No te descorazones!’, y en un sentido más general, ‘¡no estés triste!’” (Merrill 1992: 148). Existen otros  dos términos para referirse a la tristeza: ni’wíma y o’mónama, lo que nos interesa subrayar es que los tres son verbos y antónimos del término iwéra, que refiere a la respiración, a la fuerza y a la vida.

Hasta el momento hemos podido identificar dos campos semánticos que giran alrededor de las emociones que remiten a la alegría y a la tristeza. Por una parte tenemos la alegría vinculada al equilibrio, la salud, la vida, la fuerza, el aliento, el corazón y el caminar -movimiento-; y por otra parte tenemos la tristeza que remite al desequilibrio, la enfermedad, la muerte, la pérdida de fuerza, el descorazonarse y el detenerse -estatismo. 
Del corazón también surge el pensamiento, de tal manera que la separación entre pensamiento y emoción se reformula para formar una  unidad complementaria. El pensamiento, al igual que las emociones, está valorado socialmente como bueno y malo, positivo y negativo. Si una persona se convierte en un lowiáme tendrá en consecuencia un mal pensamiento que lo llevará a romper las normas sociales, este rarámuri habrá perdido entonces “el buen camino”, que es el camino de Dios. 

La articulación entre pensamiento y acción también está presente en el sueño. Soñar es una acción, y siguiendo a Brambila (1983) uno de los significantes usados para referirse al pensamiento es rimúma, es decir, la capacidad de soñar. Soñar es reflexionar, pensar profundamente, lo que podría estar ligado con el buen pensamiento. Entonces, podemos decir que la tristeza está asociada con el mal pensamiento ya sea propio o provocado por alguien, mientras que la alegría remite al buen pensamiento.
La función social de las emociones y del pensamiento es mantener un equilibrio que permite de alguna manera la convivencia cotidiana y el devenir del cosmos. La expresión de las emociones no solo responde a la valoración positiva y negativa que los rarámuri hacen de las mismas, también al espacio y al tiempo en el que pueden ser expresadas. Existe una normativización sobre el manejo emocional de los individuos que se enseña y aprende a lo largo de la vida. 
En primer lugar, el equilibrio emocional manifestado por la alegría debe ser constante en la vida cotidiana. Las emociones, tanto tristeza como alegría, son peligrosas si se intensifican. La exaltación provocada por alguna de estos estados anímicos podría provocar desequilibrios entre el cuerpo y el alma, y entre las personas. En segundo lugar, existen espacios y tiempos determinados para expresar intensamente las emociones. 

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